BASE DE LA FILOSOFÍA NATURISTA
La Naturaleza está regida por leyes. La norma
naturista debe ser cumplir la ley natural. Síntesis vital armónica. La
circulación de la materia y de la energía. Base de la filosofía naturista
La filosofía, que
etimológicamente es amor a la sabiduría, prácticamente es inteligencia en
acción y trascendentemente es un instrumento para educir las potencias de
nuestro espíritu, es indispensable para levantar el edificio de toda ciencia. La
filosofía naturista lleva implícita una idea de evolución o progreso, tanto en
el orden físico como en el intelectual, como en el espiritual. Toda idea o acto
en sentido de retroceso no es naturista. El salvajismo, el primitivismo, que
indudablemente suponen ventajas de orden higiénico natural, podrán ser
naturalismo pero no naturismo. El naturista reconoce que la primera de las
leyes naturales es la de evolución, por la que todo lo existente tiende a
adquirir grados superiores de perfección.
La Naturaleza está regida por leyes
El estudio de la Naturaleza nos demuestra que existe un orden
natural regido por leyes, que el hombre va descubriendo por el examen y
comparación de los hechos. Este orden natural se realiza por la armonía,
que es la adecuada relación entre las partes y el todo. Por esto a la
Naturaleza en su conjunto se la llama uni-verso, o sea la realización de
lo uno en lo vario. Echemos un vistazo sobre las principales
leyes de la Naturaleza
. I. Ley del Movimiento. El movimiento es el modo de manifestación
universal.
La vida es movimiento, la inercia es muerte. Todo en último término
son vibraciones, porque este movimiento alterna con momentos de
reposo. El movimiento continuo no existe. Así el día y la noche, el sueño y
la vigilia, la vida y la muerte, la inspiración y la expiración, el sístole y
el diástole, etc., son grandes vibraciones de la Naturaleza, análogas en un
todo a las del sonido, la luz, la electricidad, etc., en el mundo de lo
pequeño.
II. Ley del Amor. El
Amor -que es atracción de dos o más seres para unificarse- es la ley de armonía y por tanto de creación y
conservación de la Vida.
El Amor, pues, supone la
renuncia de sí mismo en bien de todo lo que no es uno mismo, y para
manifestarse requiere la conciencia de que todos los seres son hermanos, como
salidos del mismo Origen. Amor es tanto como decir reconocimiento de la Unidad
de todo. En los astros se manifiesta en forma de fuerza centrípeta:
Todos los planetas se subordinan a la unidad de su sistema planetario.
En los minerales y cuerpos químicos se manifiesta como afinidad; en los
animales como instintos, atracción sexual; en el hombre como cariño, simpatía y
en grados más elevados como verdadero amor espiritual, ya en forma de idealismo
o de sacrificio. La existencia de la repulsión, la destrucción y el odio, no
implica la no existencia del Amor, como veremos al hablar de la ley de los
contrarios, sino que la confirma y justifica. Téngase en cuenta que el
Universo se manifiesta por medio de fuerzas creadoras, conservadoras y
destructoras, en lo que se refiere al orden físico. El mismo sol que crea
una planta, la conserva erguida un tiempo sobre la tierra, y acaba por secarla
con los propios rayos que la dieron vida. Es decir, que estas tres categorías
de fuerzas son una en esencia.
III. Ley de Evolución. Todo
lo existente lleva inmanente la tendencia y fuerza para convertirse en algo
superior.
Filosóficamente, esta
ley es una consecuencia de la ley del Amor que atrae a todos los seres hacia la
unidad de su Origen. La evolución emplea como medio el mecanismo misterioso de
la Vida y de la Muerte. La inteligencia y la voluntad evolucionan en formas
materiales (cuerpos), que también evolucionan por su parte; mas cuando la forma
ha dado su máximo rendimiento en favor de la evolución espiritual, se destruye
(muerte), pasando el espíritu (que es mentalidad y finalidad), a formas de más
elevada categoría. IV. Ley de los Ciclos. Todo lo existente evoluciona por ciclos. Llamándose
ciclo a una trayectoria (movimiento), en el tiempo y en el espacio, al final de
la cual, los seres, aunque en forma semejante a la del comienzo, han avanzado
un grado en su evolución.
Las enfermedades tienen
su ciclo que termina en salud o muerte. Las semillas germinan, nacen, dan una
planta que a su vez da finalmente semillas que contienen en potencia las nuevas
experiencias vitales de la planta; el día y la noche forman un ciclo terrestre
que renace en otro día; el año es otro ciclo que, comenzando en la primavera y
tras las madureces del verano, las tristezas del otoño y el sueño del invierno,
renace en una nueva primavera; el ciclo de la vida humana, comenzando en esa dulce
primavera de la niñez y siguiéndola el épico período de la madurez y 18 el lírico de la vejez, termina en la muerte (comienzo del ciclo
puramente espiritual), para cerrarse en nuevas manifestaciones.
V. Ley de Finalidad. La evolución tiene un sentido finalista, es
decir, la consecución de un objetivo de índole trascendental y metafísica.
Efectivamente, la evolución tiende a conseguir estados de
conciencia más elevados, afinando y perfeccionando la materia y la
inteligencia. La negación de la finalidad en todo lo creado, equivale a tanto
como afirmar que, en la Naturaleza, con todos sus dolores y alegrías, todo se
mueve, gira y vive por capricho, y sin otro motivo que pasar el rato que a cada
cual le toca en el mundo. Afirmación ésta absurda hasta para el menos exigente
filósofo.
VI. Ley de Jerarquía. Todo ser o cosa está subordinado a todo
aquello que es superior en grado evolutivo y tiene poder o mando sobre todo
aquello que le es inferior en la escala de la evolución.
En efecto, el espíritu rige a la materia, la inteligencia al
cuerpo, el cerebro a los miembros; los animales más inteligentes vencen a los
menos inteligentes, el hombre vence a todos los animales y se sobrepone a sus
semejantes menos dotados de facultades, etc. Existe pues una jerarquía evolutiva
de orden natural que garantiza el triunfo de lo mejor y más perfecto, y por
tanto del progreso biológico. En el plano puramente humano de la biología
social, se falta frecuentemente a esta ley, dándose el caso de que en las
sociedades humanas, no rige el superior en la escala evolutiva (el más
virtuoso, más sabio y más sano), sino el que tiene más medios materiales, más
astucia, más influencia o más fuerza. Esto desarmoniza la colectividad y
degrada a los hombres verdaderamente dignos. Los hombres son iguales en esencia,
no tanto en potencia, y desiguales en presencia.
VII. Ley de Armonía. La
existencia de todos los seres, exige una adecuada relación entre las partes y
el todo, que se manifiesta por el máximum de libertad y rendimiento en la
función de cada parte, juntamente con el máximum de ayuda mutua en favor del
todo.
Vemos pues que nada ni
nadie aislado tiene valor por sí mismo, sino por sus relaciones con las demás
partes. Todo, según esta ley, coopera ordenadamente al plan natural, cumpliendo
el papel correspondiente a su grado evolutivo. El egoísmo desmedido, como el
sacrificio extremado, no pueden conducir a buenos resultados: el segundo porque
destruye al individuo; el primero porque destruye la colectividad. Aplíquese
esta ley al cuerpo humano, y se verá que el secreto de su salud o armonía
estriba en la justa cooperación de cada órgano en el conjunto y en la justeza
de su propia función. Aplíquese a la vida social, y se verá como es imposible
la vida normal y aun la existencia de una nación, cuando los individuos laboran
por el bien propio exclusivamente, y no por el del conjunto. Las personas que
sepan las leyes de armonía en música, comprenderán fácilmente que no son otras
sino las que rigen la armonía universal. La armonía en una partitura estriba en
el orden, proporción, combinación y medida, según tiempo y ritmo de las partes
(notas) en el todo. Si una orquesta es capaz de efectuar un concierto, es por
el orden, proporción, combinación y medida, según la ley de tiempo y compás, de
la actuación de cada instrumento en el conjunto, rígidamente subordinados a la batuta
del director; y esta batuta directora, nos da el ejemplo de la necesidad de un
principio de orden superior que sea capaz de abarcar las leyes del conjunto.
VIII. Ley de Adaptación. Todos los seres adaptan su vida al medio
que los rodea para defenderse contra él y para aprovecharlo en su beneficio.
El sujeto desnudo al sol
se pigmenta, no sólo para defenderse contra las radiaciones luminosas, sino
para aprovecharlas en beneficio de su salud y vigor. Las plantas muy soleadas
se ponen más verdes con el mismo objeto. El hierro expuesto a la intemperie se
cubre de una capa de óxido (orín) que le protege más contra la acción de la
atmósfera. El individuo que vive en sociedad se adapta a los convenios
colectivos para no ser eliminado y para realizar sus fines particulares. El
microbio dentro del organismo, cambia de forma, se cubre de una cápsula,
segrega antifermentos..., para defenderse de la falta de sustancias nutricias y
contra las defensas orgánicas del cuerpo que le sustenta, etcétera. La ley de
adaptación es recíproca (subley de reciprocidad causal) por cuanto el medio
ambiente es modificado por los seres vivos, que es a quienes corresponde la
iniciativa del cambio. Es, pues, el ser, quien modifica el medio en un
principio, por su actividad voluntaria intrínseca, aunque sin dejar de
adaptarse al medio para no perecer. Concepto éste que no deben dejar de meditar
los perezosos y escépticos, que siempre están esperando circunstancias
propicias para actuar, sin pensar que las circunstancias deben crearlas ellos
mismos. La ley de adaptación se halla condicionada por la de los contrarios y
la de los ciclos, porque todos los seres vivos evolucionan por la acción
alterna de agentes contrarios (trabajo-reposo, frío-calor, sueño-vigilia,
vida-muerte...) cíclicamente, como hemos visto.
IX. Ley de Selección. En la
lucha que para adaptarse al medio mantienen los seres, prevalecen los más
sanos, más fuertes, más inteligentes y más buenos garantizando de este
modo el progreso evolutivo de la Naturaleza toda. Los estudios de Darwin y
Lamarck son el mejor testimonio de esta ley. Las epidemias mismas, barriendo
toda la escoria humana en determinados momentos, y dejando persistir a los
organismos más defendidos y más puros, cumple -a veces tristemente- la ley de
selección. Y personas al parecer vigorosas, y positivamente cultas y virtuosas,
son arrastradas en aras de esta ley, porque a la Naturaleza no le importan las ideas
y los espíritus (que éstos no mueren), sino los cuerpos, pues en cuerpos sanos
y vigorosos siempre puede operarse la evolución y selección de la mente y el
espíritu, pero en cuerpos degenerados no pueden encontrarse más que
dificultades para la plena manifestación de elevados estados de conciencia. La
selección física es pues, a la postre, la garantía de la selección ética e
intelectual. Esto no quiere decir que no pueda darse un alma grande en un
cuerpo miserable o degenerado, pues no hay que olvidar que en los designios de
la naturaleza entra el dolor como importante factor de sensibilización
de espíritu y de evolución de conciencia. Y a veces como revelador del genio.
Mas, estos recovecos por los que a veces actúa la selección, no quitan verdad a
la ley. X.
Ley de Herencia. Todos los seres adquieren o heredan los caracteres físicos y
psíquicos de sus progenitores. Esta
ley se cumple mediante determinadas subleyes, las que referentes a los animales
y plantas fueron genialmente descubiertas por Juan Gregorio Mendel. (Véase
"La Herencia Mendeliana", de J. F. Nonidez). Gracias a la ley de
Herencia, lo adquirido por ley de adaptación y depurado por la selección, se
mantiene y eleva a través de la vida. Los caracteres psíquicos (pasiones,
instintos, pensamientos, capacidades emotivas) se heredan también según leyes
concretas menos conocidas. Todos tenemos el ejemplo de la continuación en
nuestros hijos, de ciertas tendencias psicológicas nuestras. Lo bueno se hereda
para el progreso de las especies, pero no menos cierto es que también se hereda
lo malo, conduciendo a la degeneración de los seres. Piensen pues bien en esta
ley los que han de dar descendencia al mundo. (Véase el artículo sobre
"Herencia", en nuestra obrita La Salud de los Niños por la Higiene
Natural.) XI. Ley de Analogía. Lo que es en el mundo físico y tangible, es
como lo que existe en el mundo metafísico e invisible; y lo que se realiza en
lo grande, se realiza también en lo pequeño, para efectuarse el hecho de lo uno
en lo vario.
Es decir, que en todos los aspectos de la vida, rigen las mismas leyes naturales.
Así, los sistemas planetarios son de análoga constitución a los átomos
químicos. La misma ley de ramificación rige el curso de los ríos en la tierra,
de la corriente sanguínea y nerviosa en el cuerpo, de las ramas de los árboles,
de los sistemas de numeración en matemáticas, etc. Análogamente existen siete
sonidos, siete colores... y todas las vibraciones de las energías cósmicas, se resuelven
en grupos septesimales, etcétera. La trascendencia del estudio y aplicación de
esta ley, es de un orden muy elevado. Por ella descubrió la ciencia matemática
de Adams y Leverrier la existencia del planeta Neptuno, antes de haber sido
visto por el telescopio. Por ella ha descubierto la ciencia química multitud de
alcoholes, hidrocarburos y otros cuerpos orgánicos seriados, antes de haber
parado mientes en su existencia tangible. Por ella reveló Mendelejeff, con su
famosa tabla de las analogías químicas, fundamentales hechos de la evolución material.
Por ella también han sido solucionados muchos problemas biológicos, a la vista
de los procesos maravillosamente semejantes del desarrollo embriogénico de los
individuos (ontogenia) y de las especies (filogenia), en la escala magna de la
evolución. Aun en las creaciones industriales del hombre, se ve la fatalidad con
que actúa esta ley. No tenemos más que pensar que, v. g., la cámara fotográfica
es una reproducción del ojo de los vertebrados; el piano y el arpa son el fiel
retrato del órgano de Corti en el oído interno cualquier máquina de
vapor o gasolina, no puede por menos que responder al mismo plan constructivo
de los organismos naturales. Nada ha inventado el hombre cuyo mecanismo no
preexista en algún ser de la Naturaleza. XII. Ley de los Contrarios. Para que todo ser
o cosa sea perceptible se necesita un contraste, una diferencia o una variación. Si no hubiese luz no habría
sombras, si no hubiese verdad no existiría la mentira, si no hubiese vicio no
existiría la virtud. La electricidad se nos manifiesta como positiva o como negativa,
dejando de existir actualizada cuando ambas se neutralizan, y quedando entonces
potencialmente. Toda vibración (y el movimiento vibratorio ya hemos visto que
es el único medio de manifestación) es fruto de las fuerzas centrífuga y
centrípeta. En cuanto una cesa el movimiento se anula. El trabajo y el reposo,
la noche y el día, el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, son factores
contrarios que no pueden existir separados. Forman pares de opuestos, como los
sexos, que se neutralizan en el común origen de ambos. Y así, por ejemplo,
suprimamos hipotéticamente el sol del sistema planetario, y habrá desaparecido
la luz, pero con ella la sombra; y el día, pero con él la noche; y la vida,
pero con ella la muerte... Al desaparecer la vida, habrá desaparecido la salud,
pero también su contraria, la enfermedad. Al neutralizar el sexo masculino con
el femenino vuelven los dos a resolver sus energías en la forma original de
ambos: la niñez inocente y neutra del hijo. Podrían ponerse infinitos ejemplos,
pero concluyamos, que la percepción de cualquier cosa exige la existencia de su
contrario, que la complementa y constituye con ella una unidad. Es la Ley de
los Opuestos Complementarios, que nos da el clarooscuro de la vida, digna
de ser meditada por los que creen que de la vida puede ser suprimido el mal sin
que en el instante dejemos de saber lo que es el bien. XIII. Ley de Causa y
Efecto. Todo acto o fenómeno tiene una causa productora, como a su vez produce
también un efecto (el cual no es sino la causa reproducida en otra forma). ¿Cómo
podemos imaginarnos que algo exista sin que haya una causa de su existencia? La
enfermedad existe, porque hay causas morbosas; los objetos artificiales porque
hay causas constructoras; el Universo, porque hay una Causa creadora... La
casualidad no existe, ni el destino ciego tampoco. Es la causalidad. En
el determinismo que encierra esta ley hallamos la base más firme de una fe
razonada. Esta ley es la misma de Acción y Reacción. Todo ser, al actuar
como agente causal produce una modificación en el medio universal que le rodea,
que es un efecto representado por una reacción del medio, proporcionada y
condicionada a la acción primitiva, y cuya finalidad es restablecer el
equilibrio o armonía, alterado por la acción. La física, en el mundo de la
mecánica, estudia esta ley en el llamado postulado de Newton, que dice: la reacción
es igual y contraria a la acción. Vemos asimismo en biología que, v.
g., la aplicación de agua fría en el organismo produce una reacción contraria
(de calor) destinada a restablecer el equilibrio, que es siempre la
finalidad de esta ley. La acción del sol produce una reacción de sudor y
pigmentación regulada por la ley de adaptación. En el plano intelectual y en el
moral se cumple con la misma maravillosa exactitud. Lo que se llama suerte o
desgracia, no es más que la reacción del mundo a la acción de uno según la ley
(por lo que a nadie debemos culpar de nuestras desdichas). Esta equitativa ley
de Acción y Reacción o de Causa y Efecto, es la justicia de la
Naturaleza. Basta con que esta ley se cumpla con el sabio automatismo con que
se cumplen todas las leyes de la Naturaleza, para que cada cual no reciba sino
aquello que sus actos han provocado, en proporción a su cantidad y adaptado a
su calidad. El que mete la mano en ácido sulfúrico se quema los tejidos
orgánicos en proporción al tiempo que la tenga dentro, y sufre un mal de una
calidad que corresponde, ni más ni menos, a su ignorancia. De este efecto no
puede echar la culpa al ácido, sino a sí mismo, y debe sacar una lección y una
experiencia para el porvenir. Todo esto en su diáfana simplicidad, es de una
justeza admirable. El que dobla violentamente una rama de un árbol, y por la
reacción de ésta (elasticidad) se rompe el brazo, no puede culpar al árbol de
su desgracia, puesto que él era libre de haber cometido o no el acto ocasional.
Los objetos de las acciones vuelven siempre sobre el sujeto que las realiza,
como las ondas provocadas en el estanque por la caída de un objeto, vuelven, al
chocar con las orillas, al centro de donde partieron, hasta restablecer el equilibrio
perturbado de las aguas. Las causas originan efectos, y estos efectos son causa
de otros, forjándose así el hilo del Destino. La ley de Causa y Efecto
es fatal, matemática, pero no quita a los seres el libre albedrío, por
cuanto queda reservado a su voluntad el hacer o no hacer una cosa u otra. Lo
que no se puede esquivar es el efecto una vez cometido el acto. XIV. Ley de Necesidad. (O de Utilidad). Todo
ser o acto responde a una necesidad o utilidad dentro del plan universal de la
Evolución.
La
Naturaleza no crea nada inútil. Es económica y justa en sus manifestaciones,
aunque pródiga en sus potencialidades, y hace desaparecer lo ya inservible o
inútil. Recuérdese el principio biológico de que "todo órgano que no
funciona se atrofia". Vemos, en efecto, que todo aquello que ya para nada
sirve, es destruido e incorporado a la circulación de la materia elemental (los
cadáveres se descomponen, el cordón umbilical se atrofia, seca y cae una vez
cumplida su misión, etc.) y en cambio, vemos que la Naturaleza es espléndida en
grado sumo en todo aquello que suponga fuerzas en potencia (como lo demuestra
el número inmenso de semillas que da a cada planta, de espermatozoides en cada
gota de licor masculino, de óvulos en el ovario... la mayoría de los cuales se
pierden). La Necesidad es el supremo estímulo de todo acto vital. XV. Ley de Desigualdad. El
movimiento tiene por único origen una desigualdad (o excitación). La
igualdad es estable. Si no hubiese una desigualdad de tensión eléctrica entre
dos fuentes unidas por un conductor, no se establecería la corriente; si no
hubiese una diferencia química entre los alimentos y el cuerpo, no habría
digestión, ni nutrición, ni fenómenos derivados; es decir, no habría vida por
no haber excitación; si no hubiera diferencia de ideas, no habría movimiento
intelectual ni progreso, etc. Es pues la desigualdad el origen del movimiento
y, por tanto, de la vida. El movimiento tiende a anular la desigualdad,
conduciendo al sistema de que se trate al punto de reposo o momento estable, del
cual saldrá en cuanto una nueva variación lo solicite. Basta una variación de
temperatura en un lugar determinado, para que sea seguida de una variación de
presión y de corriente de aire. Es suficiente que varíe débilmente la
concentración salina del suero de la sangre, para que se establezcan corrientes
acuosas endosmóticas o exosmóticas -según la variación- a través de los vasos,
para restablecer el equilibrio químico de su disolución. Podrían multiplicarse
los ejemplos hasta el infinito. Y como la desigualdad o excitación inicial,
está en la actividad de los seres animales y vegetales, y en los cambios
químicos de los minerales, como también en las combinaciones de fuerzas
magnéticas y eléctricas, vitales, radiantes... de unos y de otros, fácilmente
se nos da a la razón, que, cuanto mayor sea la iniciativa y voluntad original
de cada ser, mas está en su mano ser dueño y señor de los cambios que originan
las desigualdades excitatorias de la vida, y que, por consiguiente, como ya
dijimos, el medio ambiente será, en su mayor parte, el creado por la actividad
de los seres de más iniciativa y voluntad intrínseca. La norma del naturista
debe ser cumplir la ley natural Y para cumplirla es necesario conocerla. De
aquí el interés extraordinario que tiene el estudio y meditación de las leyes
anteriormente citadas. El naturista sabe que la máxima utilidad y rendimiento
de su vida, le ha de venir del exacto cumplimiento de la ley, y que ésta no se
puede esquivar más que en apariencia. El que cumple la ley, va en aras de ella,
se perfecciona y progresa. Este es el criterio naturista. En contra de él está
el criterio artificialista, que en realidad no es ningún criterio, sino una
cómoda postura mental de ignorancia y desidia. El artificialismo pretende
eludir la ley natural y satisfacer el deseo inmediato del hombre aunque a la
larga le perjudique. Es la ausencia de toda disciplina biológica. Es una
marcha, a contracorriente de la ley natural. Pueril resulta querer marchar en
contra de las poderosas leyes de la Naturaleza. A ésta se la domina cumpliendo
sus leyes, pero no desoyéndolas. Si el hombre ha sabido captar el rayo,
evitando que le incendie la casa o destruya su vida, es porque ha estudiado y
cumplido la ley de las descargas eléctricas. Si se eleva al espacio en globos y
aeroplanos, es porque ha estudiado las leyes de la gravedad y de la resistencia
y presión atmosférica, etc. Si no disfruta de salud perfecta la mayor parte de
la humanidad civilizada, es por que no ha querido oír ni cumplir las leyes
naturales que rigen su vida. El hombre prefiere dar gusto a sus apetitos y
pasiones, tratando de eludir sus consecuencias con medicaciones supresivas o
narcóticas, a moderar sus excesos y extravíos, ajustándose a la disciplina
biológica de su especie. Claro es que, la pretensión insensata de eludir la
sanción natural una vez transgredida la ley, aumenta a la larga sus
consecuencias funestas. Tales son los frutos del artificialismo. El naturismo,
por el contrario, es evolución suave, plácida, normal, ausente en lo que
humanamente cabe, de los trallazos del dolor. El naturista boga a favor de la
corriente en el gran río de la vida. El artificialista se estrella contra la
corriente. Síntesis vital armónica Debemos convencernos de que nuestra
fuerza, resistencia y eficiencia de la vida, dependen de que acertemos a
colocarnos en el lugar que nos corresponde en relación con todo lo que nos
rodea. Es decir, que dada nuestra naturaleza física y psíquica, sepamos tomar
la posición armónica en el mundo. Y esta posición armónica quiere decir que
vivamos en concordancia con el medio biológico, aceptando la subordinación a lo
que es superior, prestando la debida asistencia a los demás hombres y a los reinos
de la Naturaleza y sacando el fruto que nos corresponde de los elementos y de
los seres vivos. La armonía depende en último resultado, de la justeza en el
dar y en el tomar. Y parodiando una frase consagrada, podemos decir: "Un sitio
para cada individuo y cada individuo en su sitio." Existe una posición
justa o armónica del hombre, en el conjunto de todos los seres y elementos que
evolucionan en el planeta. El hombre debe al medio natural todos sus medios
particulares de subsistencia y evolución; y debe, por consiguiente,
aprovecharse de este medio sin restar su parte a los demás seres, y
perfeccionarle con su actuación inteligente en beneficio de todos. Un proverbio
árabe dice que, "Todo hombre debe tener un hijo, plantar un árbol y
escribir un libro"; o lo que es lo mismo, dar al mundo lo que el mundo le
ha dado a él: organismo, alimento y cultura. Esto es vivir de acuerdo con la
ley natural. Y el mantenimiento y progreso de esta armonía, requiere el cultivo
de actitudes constructivas. Por esto, el matar para comer, el martirizar a los
animales, talar bosques, destruir plantas, albergar sentimientos de odio, ser
violento y egoísta, etc., por ser hechos destructivos, rompen la relación
armónica de las fuerzas vitales y dan lugar a enfermedades y desórdenes de todo
género, disminuyendo la eficiencia individual y colectiva. Conducen al fracaso
de la vida misma. El verdadero naturista ha de ser un colaborador de la
Naturaleza y de su ley suprema: la Evolución. Es bueno, constructivo, armónico
y biológico todo lo que favorezca o ayude a la ley evolutiva, pues como dijimos
al principio, toda idea de retroceso es antinaturista. El que come sin
destruir, vive en el campo, sencillamente y trabajando en algo útil, es
respetuoso y servicial, cuida a las plantas y los animales y es tolerante y
bondadoso, estrecha los lazos que le unen a los demás seres, a los que
beneficia con su apoyo y en los que, a su vez, encuentra una garantía de
fortaleza y seguridad contra todo mal. Este ideal de armonía hay que completarle cuidando, por un lado,
de establecer el adecuado equilibrio entre los propios elementos del ser
humano: cuerpo, inteligencia y espíritu (organismo sano y mente culta al
servicio del bien); y por otro lado, practicando una serie de virtudes sociales
que nos permitan la convivencia armoniosa con nuestros semejantes: Respeto al
sabio y al anciano, amor al débil, fraternidad con los iguales, cumplimiento de
la ley, altruismo, ciudadanía, gratitud, justicia, prudencia y culto fidelísimo
a la amistad. La armonía, en el cosmos, como en el arte, es desigualdad
organizada, es decir, reconocimiento de jerarquía. La vida del hombre sensato
debe ser un reflejo de esta armonía natural. Y esto es obrar en sentido
naturista. Así, los apetitos e instintos de nuestra naturaleza animal, deben
subordinarse a la inteligencia y ésta al espíritu (deber). Las actividades de
los seres animales y vegetales, deben someterse a la inteligencia humana, que
les ayudará a evolucionar y perfeccionarse, a base de respeto a las leyes que
rigen la vida individual y la colectiva. En la vida social debemos reconocer el
derecho, la obligación y la ventaja, de que nos guíen los hombres más sabios y
morales. Los seres todos de la naturaleza son iguales en esencia, como
emanados de un mismo origen, pero no son iguales en potencia (facultades),
y menos en presencia (manifestaciones prácticas inmediatas). De aquí la
aceptación de una jerarquía de orden natural. Ningún planeta puede volverse sol
ni erigirse en centro del sistema. Para ser centro hace falta tener luz propia;
que en el plano humano se llama inteligencia y espiritualidad. Y sólo así se
puede dirigir. Todos los planetas juntos no tienen ni la luz ni la fuerza que
el sol aislado. La meditación de estas ideas será utilísima para el hombre y le
llevarán a encontrar su posición en la vida, para ser ayuda y no estorbo, a la
evolución de los otros seres que con él comparten la existencia. La
circulación de la materia y de la energía En síntesis hay que afirmar que,
toda energía y todo cambio sustancial procede del Sol. La naturaleza terrestre
es un inmenso y admirable laboratorio donde la energía solar se transforma de
múltiples maneras. Y cada nueva complicación o diferenciación de la materia, no
es en el fondo, más que la resultante de la acción de la energía del Sol sobre
la masa virgen de la Tierra, convertida así en matriz donde se forma el fruto
del acto creador de la luz solar. El antiguo concepto del Padre Sol, fecundando
a la Tierra virgen y madre, encarna un hecho científico revestido de poesía. El
ciclo energético terrestre comienza con la evaporación del agua, que cayendo en
forma de lluvia y atravesando las diversas capas geológicas, se carga de sales
minerales en disolución. Luego los vegetales absorben estas sales y fijan el
carbono combinado con el oxígeno, merced a la función de la clorofila (sustancia
que da el color verde a las plantas), que no tendría lugar sin el estímulo de
la luz solar. La clorofila se colorea de verde por todos los rayos del espectro
solar, con inclusión de los infrarrojos y los ultravioletas, destruyéndose al cabo
por la propia luz, al igual que el pigmento de la retina del ojo de los
animales. Una vez activa y coloreada por la luz (sobre todo la roja), descompone
el anhídrido carbónico del aire (C02), en carbono,
que fija y aprovecha para ulteriores síntesis químicas, y oxígeno que
deja libre.(1) El carbono es la base de la formación de compuestos orgánicos
más complejos. Por reacción entre el anhídrido carbónico y el agua, aparecen
los azúcares, según la siguiente fórmula: 6 CO2 + 6 H2O = C6 H12 O6 + 6 O2 A continuación y merced a esta continua transformación de la
energía solar en energía química, los fermentos nitrificantes del suelo,
determinan la fijación del nitrógeno atmosférico, base de la formación de los
albuminoides, desde las más simples amidas y bases exónicas, hasta las
moléculas complejísimas de la legumina. La transformación del nitrógeno
en amoníaco, del hidrógeno en agua, del carbono en anhídrido carbónico, del
fósforo en fosfatos, del nitrógeno en nitratos, etc., para formar sales
vitalizadas en el organismo vegetal, es siempre la consecuencia de la acción
primordial de la luz del astro del día. Hasta aquí la parte ascendente o
sintética del ciclo energético, realizada en el reino mineral y el vegetal. Tócale
después al reino animal realizar el circuito descendente, analítico o de
descomposición, desintegrando las sustancias químicas, convirtiéndolas en
compuestos cada vez más sencillos, que vuelven a la tierra, al aire y al agua,
de donde procedieron. El organismo animal, por medio de un proceso llamado metabólico,
del que forman parte las funciones de digestión, absorción, asimilación,
secreción y excreción, descompone los materiales acumulados por el organismo
vegetal, los recompone y asimila en parte, formando sus tejidos propios, y
elimina el resto. A la postre, el trabajo orgánico desintegra también lo
asimilado, y aun el propio organismo, finalmente, al morir, devuelve a los
elementos de la naturaleza sus propios elementos componentes. Siempre con el
concurso de los microbios que tanto actuaron en el ciclo ascendente vegetal
como en el ciclo descendente al verificar la fermentación intestinal en vida y
la putrefacción del cuerpo en la muerte. Este ciclo expuesto a grandes rasgos,
nos enseña la verdad de este enunciado biológico: "La vida es el
mantenimiento de la forma a pesar del cambio de materia." Los materiales
de que nuestro cuerpo está formado, han cambiado totalmente al cabo de siete
años. Este hecho, juntamente con la persistencia de nuestra conciencia
personal, nos enseña que nosotros no somos nuestro cuerpo.